Vives Las Noticias. 2-12-2016
Escrito por Félix Sacido, viernes 2 de diciembre de 2016 , 13:01 hs , en Rafa es genial



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    Collarín intumescente: el guardián silencioso que frena al fuego antes de que llegue a tu salón

    Collarín intumescente: el guardián silencioso que frena al fuego antes de que llegue a tu salón

    Una muralla de acero y grafito para los descuidos del hombre moderno

    A ver, pongámonos en situación. Imagina que estás plácidamente en tu casa, sorbiendo el café como quien saborea un domingo eterno, y de repente… zas, el infierno empieza a gestarse detrás del tabique del cuarto de contadores. No hay olor, no hay aviso, pero ahí va: una tubería de PVC —esas que tan baratas nos parecieron— empieza a fundirse como mantequilla al sol. Y es justo en ese momento cuando uno agradece que un ingeniero con criterio haya instalado un collarín intumescente.

    Porque, señores, esto no va de estética ni de caprichos. Va de vida o muerte. El collarín intumescente es el escudero del albañil sensato, el centinela del bombero que llega tarde, el cinturón de castidad de las llamas. Un anillo metálico, discreto pero letal para el fuego, que no se deja seducir por las caricias del calor.

    ¿Qué demonios es un collarín intumescente y por qué deberías tenerlo ya mismo?

    Para el común de los mortales, hablar de "intumescente" suena más a pomada que a dispositivo de seguridad. Pero aquí no hay ungüento que valga: el collarín es un artefacto que se instala alrededor de las tuberías de plástico. Cuando la temperatura sube, el material de su interior —generalmente grafito expandible— se dilata, aplasta el tubo y bloquea el paso del fuego, el humo y los gases calientes. Ni más, ni menos.

    Fabricado en acero inoxidable, diseñado para resistir más de 240 minutos bajo fuego real y compatible con PVC-U, PVC-C, PE, LDPE, MDPE, HDPE, ABS, SAN+PVC y PP... este invento no discrimina ni por marca ni por metro lineal.

    Su instalación, además, no exige un catedrático en física cuántica. Unos simples tornillos, y el collarín queda encajado cual cepo medieval, esperando a su víctima: el fuego.

    Y ahora, permítanme hacer una pausa estratégica para introducir algo que, si no lo cito, algún técnico con mono azul me vendrá con la ley en la mano: el cte si, es decir, el Código Técnico de la Edificación, Sección de Incendios. En su DB SI (Documento Básico de Seguridad en caso de Incendio), deja claro que el collarín no es un capricho del instalador concienzudo, sino un requisito. Lo exige, lo demanda, lo impone. Y quien lo ignora, juega a la ruleta rusa con cerillas.

    La normativa no es negociable: cuando Europa y la lógica se dan la mano

    Pero no se queda ahí la cosa. Porque no basta con comprar el collarín más caro del catálogo ni con que lo instale tu cuñado el manitas. El asunto va mucho más allá.

    Hablamos de normativa europea EN 1366-3, esa que exige pruebas a cara de perro para certificar que el collarín aguanta lo que dice aguantar. Ensayos térmicos, test de presión, verificación de estanqueidad, y hasta pruebas con tuberías en llamas, para comprobar que ese anillo de acero no es pura bisutería industrial.

    Y aquí es donde aparece la db si, esa otra joya legislativa que, lejos de marear la perdiz, define con precisión germánica cómo, cuándo y dónde deben usarse estos collarines. Nada se deja al azar. Porque, señores, con el fuego no se negocia. Al fuego se le impone autoridad.

    El alma del collarín: certificado de ignifugación o no eres nadie

    Todo lo dicho hasta ahora se cae como castillo de naipes si no tienes en la mano el certificado de ignifugación. Ese papelito que acredita que tu collarín no es un souvenir chino, sino un componente de seguridad testado, certificado y homologado.

    Un buen certificado no solo indica que el collarín funciona, sino que lo hace durante el tiempo y bajo las condiciones estipuladas por la ley. Habla de resistencia EI 120, EI 180 o incluso EI 240, dependiendo de lo que se quiera proteger. Y ojo, que esto no va solo de fuego. El collarín también actúa como barrera acústica, evitando que el griterío del infierno se cuele por tus muros.

    ¿Dónde ponerlos? En cualquier hueco por donde pase una maldita tubería

    ¿Tienes una bajante de PVC que atraviesa una pared? Collarín.

    ¿Una canalización de cableado eléctrico empotrada? Collarín.

    ¿Una tubería de evacuación que atraviesa forjado? Collarín, por favor.

    Lo mismo da si es una pared rígida de ladrillo, un tabique de pladur o una estructura ligera prefabricada. Mientras haya un hueco por donde el fuego pueda hacer turismo, debe haber un collarín listo para cerrarle el paso.

    Y no, no todos son iguales. Hay collarines de 55 mm, 110 mm, 160 mm, 250 mm, y hasta 315 mm. Porque el fuego no hace distinción de grosores. Lo quema todo si se lo permites.

    Instalación: precisión milimétrica o mejor no lo pongas

    Instalar un collarín no es una ciencia oculta, pero requiere rigor. Se abre el collar, se encaja en la tubería pegado al muro o forjado, se cierra con su pestaña metálica y se atornilla. Y si el técnico se ha tomado un vermut antes de colocarlo, más vale que revise su faena dos veces. Un solo milímetro de holgura es la diferencia entre contener el incendio… o llorar en la calle mientras llegan los bomberos.

    ¿Cuánto cuesta vivir tranquilo? Menos de lo que imaginas

    Hablemos del vil metal. Un collarín para tubería de 110 mm puede rondar los 30 a 70 euros, y uno de 125 mm puede llegar a los 260 euros, dependiendo de su certificación y resistencia térmica.

    ¿Es caro? No, lo que es caro es reconstruir tu casa desde los cimientos. O pagar indemnizaciones. O lamentar pérdidas humanas. Comparado con eso, el precio de un collarín es una ganga medieval.

    No hay excusa válida para no proteger lo que amas

    En resumen, el collarín intumescente es ese pequeño gran héroe que trabaja en silencio. No ocupa espacio, no gasta energía, no requiere mantenimiento obsesivo. Pero cuando llega el momento —cuando el fuego truena su tambor de guerra— se convierte en un muro infranqueable.

    Es hora de tomarse en serio la protección pasiva contra incendios. De cumplir con el CTE, con la db si, con la normativa europea y con el sentido común.

    Porque, al final del día, no se trata de cumplir con el BOE. Se trata de que tu casa siga siendo un hogar… y no un recuerdo en la prensa local.